Cuestión de Hemoglobina
Copyright 1975 / 1992 / 2003 ®, Héctor Chavarría |
Leer Entrevista con el vampiro fue un trauma doloroso, pero aún faltaba lo peor: las otras dos novelas... las de la primera trilogía, porque luego, cuando se armó el bisnes se hizo toda una colección y... lo bueno fue que él ya no las vio, o ya no le interesaron por diversas razones que... claro, esa es esta historia...
Pero aquella primera e inolvidable ocasión, hizo pedazos el libro, luego el mobiliario, lanzó escupitajos sanguinolentos, vomitó la cena semi coagulada, se trepó por las paredes... juró que se vengaría.
El príncipe Vlad “Tepes” Drácula estaba bastante enojado. Por no mencionar otros calificativos poco aptos para oídos castos, incluso en transilvano arcaico.
Y, cuando un vampiro se encabr... ita es, por lo menos, todo un espectáculo.
Podía perdonar las pen... tontadas de Lestat, las mamadas de Armand y hasta las mariconadas de Louis... pero que la autora del infundio ese, una tal arroz (rice), dijera que los vampiros eran impotentes... ¡eso sí que no! ¡Él era un vampiro y todos lo conocían por Vlad Tepes! Y tepes en rumano significa estaca... y gruesa. ¿Se imaginan por qué le llamaban así? También le decían quizá de cariño o quizá no, el empalador.Y eso de que empalaba era completamente cierto y comprobable, como constaba en actas.
Así que ajustaría cuentas con la tal Ana Arroz, y mientras pensaba en todas aquellas encantadoras posibilidades al estilo D.A.F. de Sade, mascullaba blasfemias, planes lúbricos y groserías en transilvano arcaico, las cuales son obviamente impublicables, aunque la neta ni los rumanos de estos días las entienden.
¡Oh sí! La buscaría a la tal Ana Arroz, la hallaría y le haría saber porqué él era el empalador... y luego de empalarla por todos los sitios empalables le chuparía... hasta la última gota de sangre.
Pero no la vampirizaría, no, eso no, esa fulana sería una vergüenza para el gremio. Decidido el asunto comenzó a urdir planes de inmediato.
Aerolíneas Transilvanas no tenía vuelos directos a EUA, así que a pesar de su aversión a volar (en avión), tendría que hacer varias conexiones. Encontró un paquete bastante económico (desde la caída del viejo régimen rumano las cosas no estaban para malgastar el dinero y además el príncipe era un tanto tacaño con su oro y dólares), en el cual desde Madrid podría hacer una conexión con una conocida aerolínea Mexicana y luego desde ese sitio llamado EUM o México (al parecer los nativos aún no sabían bien cuál era su nombre), según le informó la amable (y con bellas carótidas) señorita de la agencia de viajes, podría volar en dos patadas a los EUA, previa visa. Incluso, según vio en CNN, podría entrar por la frontera sin papeles, con sus poderes nocturno-vampíricos eso no era ningún problema. Y así, además, no dejaría huellas.
Se equivocaba, of course: ahí, con esa imprevista escala, comenzarían sus verdaderos problemas. Pero él aún no lo sabía.
Se frotó las manos con alegría, previendo su encuentro con la Ana Arroz.
Organizó un equipaje ligero (lo de las cajas de cementerio fue una licencia literaria del Bram Stoker), sólo necesitaba a lo sumo su coffin bag. Así preparado se dispuso a viajar. En el folleto decía que tanto España como México eran en aquella temporada países con mucho sol. Así que metió dos pares de lentes Polaroid extra oscuros entre sus cosas, por aquello de las dudas.
El viaje en la aerolínea transilvana no tuvo gran cosa en particular, pero al hacer la conexión en Madrid, tuvo un atisbo de que estaba entrando en un mundo bastante peculiar, en un mundo especial, sobre todo luego de esperar varias horas en el aeropuerto de Barajas, con olores a tortilla con chorizo y el constante paso de los clientes de Iberia, los cuales a juzgar por su torpeza, debían arribar todos de Galicia... porque además casi todos se dirigían con urgencia hacia la capilla del aeropuerto, a dar gracias por haber llegado vivos a pesar de Iberia o, como masculló alguien, tal vez a confirmar sus reservaciones... no preguntó, no se atrevió... le dio algo como miedo la posible respuesta.
El avión mexicano, por contraste, le pareció bastante interesante por decirlo de alguna manera: tenía un algo de improvisación muy latina y también algo muy malevolente: un mevalemadres que él aún no entendía del todo aunque podía percibirlo y... le gustaba.
Conoció el tequila con sangrita en un Sauza Vampiro (así llamaban los mexicanos a su peculiar bebida) lo cual se le hizo sumamente curioso... y sabroso. Algunos idiotas (como arroz), habían insistido en que los vampiros sólo se alimentaban con sangre... y que, como alguna vez dijo Bela Lugosi nunca beben: vino. ¡Completamente falso! Al príncipe le encantaban el vino y el aguardiente y, por supuesto le fascinó el tequila, así que de paso anotó llevar bastante para su cava, a su regreso. ¿A que le tiras cuando sueñas transilvano...? ¿O debería decirse “de más allá de la selva”? En realidad no importa...
Para quienes lo ignoran, los vampiros poseen un metabolismo muy acelerado y acerado, capaz de digerir lo que sea sin desechos, así que jamás necesitan ir al baño como los humanos, excepto para darse una ducha... eso de que no aguantan el agua corriente es otra mamada literaria. Otro rumor bobo es ese de que no se reflejan en los espejos, aunque eso es un tanto relativo, como suele ser todo en la vida; los espejos que no los reflejan (por una alteración de longitud de onda), son los que tienen mucho nitrato de plata, un metal al cual son, por otra parte, naturalmente alérgicos (el compuesto ese los rechaza, aunque no se sabe exactamente por qué), pero fuera de eso no hay lío en lo absoluto. Si no pudieran verse en los espejos baratos ¿cómo se peinarían?
Aclaremos de una vez; el agrado vampírico por la sangre es más de bon vivant que dietético. Además así vampirizan a quien les interesa (quien no les interesa es simple carne muerta), de otra manera no habría incremento de población vampírica. Cuando muerden inyectan anestésicos, epinefrina, anticoagulante, endorfinas, afrodisíacos, y el virus del vampirismo...
Es un proceso interesante aún no estudiado por la ciencia, pero muy efectivo, ninguna víctima se ha quejado hasta ahora.
Igualmente hay un montón de mentiras acerca de las vampiras: para empezar estas nenorras de lánguida mirada abisal, suelen ser muy bellas y calientes (en lo sexual) aunque eso sí, su piel es fría como hielo. Tienen la encantadora costumbre de aparearse durante meses seguidos sin pausa, con los vampiros machines-picadores (o sea todos los machos), cuando llegan a encontrarse, aunque jamás se embarazan (obvio, están muertas). A muchas de ellas les gustan un buen los humanos, siempre y cuando estén muy bien dotados. La neta andar con una de ellas es toda una experiencia placentera y extrema, el mayor peligro consiste en que antes, durante o luego del punchis punchis, les dé hambre (si usted lector se llega a ligar a una vampira, cargue siempre un litro de sangre fresca, a la temperatura del cuerpo, para su protección en esos casos), ahora que si a las nenurrias de colmillos prominentes —en realidad más que “colmillos” se trata de unos bonitos aguijones supernumerarios centrales que les crecen con el hambre y vienen incluidos con la vampirización—, les surge el apetito durante las devociones a San Fellatio, que dios se lo coja a usted confesado, porque esos caninos afilados...
Al desgraciado amante de placeres extremos al que le pase tal cosa, no lo salva ni un batallón completo de discípulos de Abraham Van Helsing, o el propio buen doctor holandés, ni todos los ajos del mundo, los cuales por cierto agradan mucho a las vampiras judías para acompañar el plato principal (nunca cargue ajo hasta conocer la nacionalidad de la interfecta), las cuales incidentalmente tampoco les temen a las cruces, en realidad ningún vampiro les teme, y de hecho a la mayoría les gustan pues son instrumentos de tortura y ellos (as) son discípulos naturales de D.A.F. de Sade, o al revés; eso de las cruces fue un invento piadoso-mercadotécnico del tal Bram Stoker y los católicos lo aprovecharon para vender más de sus absurdas reliquias... y por su parte Hollywood recreó el rollo para sus espectadores porque era nice. En realidad todo tenía bases económicas y los vampiros no iban a ser la excepción.
Pero mientras pensaba en todo aquello, el príncipe se zampó otro vampiro con lo cual dedujo por enésima vez que el tequila era muy buena onda y miró con evidente hambre golosa a una aeromoza morenaza; guapa y bien plantada, digna hija de la raza de bronce.
Con sonrisa perversa le pidió otro vampiro, para hacer crecer el apeto.
Cuando ella se acercó ondulando cadera para ofrecerle al bestialmente atractivo machote centroeuropeo con cara de malote, Malísimo & MALO, otra copita, mostrando una sonrisa deslumbrantementerótica (de esas que indican como con luces de neón: quiero), él aprovechó para examinarle con lúbrico descaro e indecencia evidente, las bien torneadas piernas, las nachas... chichis y mmmmmmmm... y nomás por no dejar, hizo uno de sus famosos pases hipnóticos.
¡ Listo! Aprovechando que estaban poniendo otra película chafa, el príncipe se levantó de su asiento y fue tras el trasero oscilante, bamboleante, ¡ mami!... de la morena.
Era hora de empalar...
Para cuando el avión del capitán Juan Diego Espejismo hizo su tercera pasada entre la nata que los chilangos llaman con optimismo aire, buscando donde coños bajar, él —el atribulado capi—, estaba esperando y rogando a la virgen del Tepeyac que el Aeropuerto Benito Juárez —cuando lo hallara entre la megaciudad—, tuviera despejada una de sus dosúnicaspistas habitualmente atestadas: su aparato (el avión), un Boeing, tenía aún combustible para 40 minutos de vuelo, el motor número dos mostraba un ligero calentamiento, las reservas de tequila y sangrita estaban agotadas, el tren de aterrizaje derecho se mostraba un tanto rejego a encastarse, los pasajeros se veían un tanto cuanto cansados, excepto el príncipe Vlad y... no aparecía una aeromoza.
Treinta y siete minutos, treinta segundos después; cuando la torre de control le avisó al capi Juan Diego (JD) que podría tener algunos instantes de pista despejada luego que se solucionara un problema que... el comprensiblemente nervioso JD lanzó a su aparato en una cuasi picada kamikaze en sentido contrario a la circulación, con la más pura técnica pesera; como si fuera a bajarlo sobre el Nimitz... ignorando entre otras cosas a un pinche gringo (con sospechoso acento árabe) de la American Airlines, quien so pretexto de una falla mecánica, falta de combustible, directiva de Osama Binesamadre, o alguna otra mamada por el estilo, quería bajar antes que él.
—¡Ni madres! ¡Atrápame si puedes! —aulló el capi JD sintiéndose Di Caprio y se agandalló la cinco derecha por sus tompiates y con una sonrisa entre jija y nerviosa, mientras la tripulación se santiguaba con resignación guadalupana, como parte del procedimiento de aproximación.
El aterrizaje fue perfecto. Mientras JD llevaba al Boeing a la zona de desembarco con los últimos restos: más bien el mero gas de turbosina en un solo motor, en las marismas del Lago de Texcoco, se encendió una explosión digna de las Torres Gemelas.
—¡Pinche gringo mentiroso! —masculló JD con rencor comprensible— claro que tenía bastante combustible el güey. Ya no se puede confiar en nadie, me cae, ¿vieron el flamazo, qué tal si le hago caso? ¡Bienvenidos a la Ciudad de México! —dijo para los pasajeros...
Los pasajeros, siguiendo la costumbre, no escucharon, pero sí aplaudieron. El personal de vuelo y cabina se relajó con un suspiro: vivirían hasta el próximo viaje con JD.
Una aeromoza morenaza seguía sin aparecer...
El desembarco, luego de las amables y algo temblorosas palabras de despedida e invitación a otro vuelo con JD y su amable, aunque nerviosa, tripulación, se hizo sin problemas, con un ciertamente molesto sonido de fondo, de sirenas en dirección al Lago de Texcoco, donde se elevaba una bonita columna de humo negro... detalles. Vlad pensó que aquel parecía un país divertido y muy mansomenso. Hizo un pase hipnótico —innecesario— al funcionario de migración, cuya única neurona estaba ocupada en pensar como podría parecer gringo a pesar de llamarse Nopaltzin Pérez, y pasó sin más hacia el exterior. Quizá se quedaría ahí por un rato, el sitio se veía agradable... y esa sangre y sangrita... tenían un quiensabequé.
Cuando el último equipaje (parte de él con destino a Zambia, cargado en Suiza) fue removido de la bodega del avión, apareció la aeromoza perdida... la pálida morenaza les dedicó a los empleados una deslumbrante sonrisa de caninos largos y afilados —amén de los aguijones—, un coqueto bufido gatuno... ejecutó un par de movimientos voluptuosos de caderas, en el más puro estilo Lucyteibolero y desapareció. O sea se multiplicó por cero.
ASPA y otras agrupaciones gremiales similares siguen investigando.
El príncipe abandonó el benitojuárez y respiró a todo pulmón el aire defeño, con su ligero olor característico a cloaca, el cual le recordó cálidamente, el cementerio familiar.
Sí, el sitio se veía insanamente acogedor.
Algunos de los nativos miraron al príncipe con evidentes deseos de acogerlo (a pesar de su aura de maldad) o, por lo menos a sus dolarillos.
El planeta Tierra se movió, como lo había hecho desde tiempo inmemorial: en dirección al Este... admitió en su atmósfera un cierto número de los diarios aerolitos dispersos, los cuales fueron enseguida catalogados por los ovnicreyentes como VEDs, —o sea: Vehículos Extraterrestres Dirigidos—, Venus brilló tempranito como siempre: para mayor confusión de los Vigilantes de Jaime Maussan, quienes reportaron otra vez sin que los pelaran, una nave proveniente de las Pléyades, la cual aparecía religiosamente todas las mañanas (por el este) y también por las tardes (por el oeste), a la misma hora (aunque habían detectado una diferencia de 60 misteriosos minutos cuando estaba vigente el nocivo horario de verano), quizá alguna vez les harían caso y ya no se sentirían marginados. El Popocatépetl eructó una habitual solfatada intensa pero la bandera de emergencia siguió en amarillo porque los encargados del monitoreo (para no perder la costumbre), ni se dieron cuenta. Hubo destellos cárdenos sobre la nata urbana cuando el inicial calor solar alborotó a los imecas y algunos enfermos de asma respiraron por última vez su ración de smog, las luces automáticas del GDF siguieron encendidas a pesar del ahorro de electricidad por el horario de verano... entonces, como desde que el mundo era mundo, amaneció sobre la eterna fama y la gloria de la ciudad de México-Tenochtitlan, Distrito Federal, Chilangolandia y para sus más de 20 millones de nacos-mexica.
También para el príncipe Vlad.
La noche anterior el taxista que lo levantó del Aeropuerto Benito Juárez (un pirata con matrícula falsificada y vidrios polarizados), hizo cuanto pudo por pasarse con el turista, en especial cuando descubrió, para su regocijo, cierto acentillo español en el castellano del príncipe (él había aprendido el idioma de Cervantes en un viaje a España en 1541 con motivo de un curso de Empalamiento Creativo para la Santa Inquisición), pero esa es otra historia...
El taxista en cuestión catalogó a su pasajero como gachupín y procedió a buscar la manera de esquilmarle lo más que fuera posible.
Debió sospechar algo más o menos turbio cuando el príncipe le dijo que lo condujera al panteón de cinco estrellas más cercano... pero su mentalidad no daba para tanto y elucubrar sospechas hubiera sido un evidente esfuerzo.
Después de mascullar un ¡chaleee! El ruletero enfiló hacia el Panteón de San Fernando, con la feliz idea de que la oscuridad de la vecina colonia Guerrero, sería una aliada para hacerse de unos dolarillos, y aprovechando su entrenamiento previo como “madrina” hizo crujir sus dedos y condujo. El príncipe se relamió con delicadeza...
Después que el buen Vlad hubo tomado su tentempié (before taking a rest on the coffin bag), y luego de limpiarse delicadamente los labios con el paliacate de la víctima (él siempre había sido un vampiro con muy buenos modales), abandonó el taxi e ingresó en el panteón ante la indignada furia y bufidos de más de treinta gatos de diversos colores, edades tamaños... y de una anciana malhumorada que se dedicaba a alimentarlos con la ayuda de un teporocho. Vlad descartó a la vieja seca como alimento, y los gatos —en especial los negros—, siempre le habían gustado desde la escuela elemental de hechicería.
Les sonrió a todos: la ruca loca se desmayó al ver los caninos afilados del príncipe Vlad —mas los aguijones mucho más turbadores—, el teporocho ni se enteró.
Eligió la tumba del tal Benito Juárez (al parecer alguna especie de rey o deidad del lugar, porque aeropuerto, avenidas, un hemiciclo y muchas cosas más, llevaban su nombre) y ahí desplegó su coffin bag; habitualmente no descansaba por las noches, pero el viaje y, tal vez el —según algunos mexicanos—, letal horario de verano habían, al parecer, desarreglado su reloj biológico-vampírico.
Igual conocería la ciudad por la mañana y estrenaría sus lentes Polaroid®.
Al día siguiente, muy temprano, el príncipe abandonó la comodidad del lecho (incidentalmente ahí en aquella tumba no había ya nada del tal Juárez), pensando que posiblemente se cambiaría a la tumba cercana de una tal Dolores Escalante que tenía fecha 24 de junio de 1850 y cuyo epitafio decía: “Llegaba ya al altar feliz esposa... Allí la hirió la muerte... Aquí reposa”. De verdad le estaba gustando el estilo mexicano podría ser interesante conocer a la “feliz” y tal vez consumar el matrimonio en el tálamo que aquella no tuvo. Se colocó sus Polaroid y salió a recorrer aquella ciudad tan peculiar y olorosa.
Algunos gatos bufaron cuando apareció, pero otros ronronearon de gusto al verlo.
La ruca seca y su novio teporocho no estaban a la vista.
Le fascinaba el aroma ligeramente pútrido del aire, la frescura del smog, la lividez del amanecer, se daba cuenta que había tal cantidad de químicos letales y elementos nocivos suspendidos en aquella sopa-nata con cierta apariencia de aire, que el sitio era ideal para cualquier clase de ser sobrenatural, en especial para los vampiros. Ignoraba por qué aquel paraíso no había sido descubierto antes.
Y estaba el vampiro-tequila con sangrita.
Se fue a la Alameda Central a mirar a los charros-policías que cabalgaban ahí como atracción turística, a los “niños” de la calle, los boleros y los vendedores ambulantes y pensó que aquel lugar rebosaba de alimento: con tanto miserable suelto, nadie se enteraría de la desaparición de unos cuantos, fueran cientos o miles... además los nativos, hasta los policías, se veían mansos, serviciales y bien entrenados para servir a sus amos extranjeros. Posiblemente aquella especie de Voivode sagrado, el tal Juárez, los había educado así... por eso lo amaban tanto y le hacían tantos homenajes —pensó mientras miraba el hemiciclo.
El presidente del país, un tal Fox (Zorra) Quesada —evidentemente alguna clase de derivado lácteo—, se veía muy chistoso en la primera plana del periódico que compró: con sus botas y pantalón vaquero —por lo visto esas ropas y calzado ridículo eran la costumbre mexicana, como se veía en las películas de Infante y Negrete—, no entendió lo que decía el presi acerca de la disminución de la pobreza con tanto miserable a la vista, pero supuso que eran los típicos engaños que acostumbra la clase gobernante en cualquier sitio, seguramente la disminución se debía a muerte por hambre; él lo sabía muy bien pues había sido gobernante varias veces. De cualquier manera, de acuerdo a lo que leyó, y por la forma como el tal Fox saludaba y besaba las botas a los extranjeros en vez de trabajar y eso que era el presi, entonces el sitio era bastante tranquilo... claro, debió comprar otras publicaciones como El Arma, Alarma y La Prensa, pero era turista.
Y, como buen turista subió a la Latino —por el ascensor—, entró a Bellas Artes... se dio su vuelta por el Centro Histórico, cual debe. A eso del mediodía y con el sol reflejándose en el pavimento, tuvo una sed abrasadora. Decidió que visitaría la Catedral luego y se clavó en la cantina más a mano: El Nivel, dulce hogar de los Nivelungos®, un grupo de insignes periodistas y borrachos —un obvio pleonasmo—, algunos de cuyos miembros sobrevivientes aún frecuentan el sitio que alguna vez fuera la cantina favorita de Victoriano Huerta, en la época en que le llamaban “general rompope” dizque porque estaba hecho de “alcohol y huevos”...
A esas horas tan impías el sitio estaba casi vacío, o sea no estaban los Nivelungos® u otros similares. Sólo una cuarteta de judiciales en una mesa y unos boludos Guardias Presidenciales (GPs), de civil en otra. Todos ellos rumiando hartas penas.
El príncipe se acodó en la barra y le hizo una seña al cantinero... pidió un Sauza Vampiro doble y sangrita extra. Se echó el primero entre pecho y espalda, como si fuera una estaca y se sintió súper. Pidió el siguiente.
Cudberto, el cantinero, en su larga vida como tal, había visto de todo y de lo más raro, incluyendo a los Nivelungos, pero no estaba listo para no ver. Le sirvió la otra al príncipe con una sonrisa de cantinero y pa’mostrar sus dientes de oro, hasta ahí iba bien... pero luego volteó hacia el espejo para seguir viendo a su parroquiano... y nomás no lo vio. Volteó otra vez y aquel estaba ahí, paladeando su sangrita. Otra mirada al espejo: cero.
Cudberto miró con sospecha el Tehuacán que se estaba tomando, como devoto AA que era. El espejo seguía sin reflejar a Vlad. Cudberto buscó otro ángulo y otro... el espejo seguía sin cooperar, y es que siendo El Nivel la cantina más vieja de la ciudad (del siglo XIX), sus espejos son antiguos... con mucho nitrato de plata, y ya sabemos lo que pasa con el nitrato ese y los vampiros...
Pero eso, como era obvio, no lo sabía Cudberto, quien temió de inmediato un delirium tremens retroactivo y fatal. El cantinero musitó una plegaria a San Abstemio, recordando las sesiones en los AA y extendió el dedo hacia Vlad.
La alucinación era sólida, aunque muy fría.
Ahora bien, al príncipe Vlad no le gustaba que le tocaran y menos sin su permiso y ahora no fue la excepción... desgraciadamente no había estacas disponibles ahí para empalar debidamente al impertinente, pero agarró el dedo de Cudberto y lo jaló, para arrancárselo, claro. Todos sabemos que los vampiros son muy fuertes, como veinte hombres, más o menos, pero el reloj raro de El Nivel —ese que está al revés—, estaba marcando las doce del día... y a esa hora y por un rato, los vampiros son como las personas normales... así que no le arrancó el dedo, aunque sí se lo torció. Vlad puso cara de extrañeza, Cudberto gritó algo impublicable, Vlad siguió torciendo con insistencia. El cantinero agarró una botella de tequila Cazadores.
Se la rompió —la botella— en la cabeza al príncipe quien de inmediato se percató, a la mala, que el tequila es bien pegador. Vlad soltó el dedo de Cudberto, retrocedió, se tropezó. Y aterrizó sobre la mesa de los judiciales. Ellos, los cuatro, habían tenido hasta entonces un mal día, pero ahora parecía que se estaba componiendo. El que Vlad tratara de dar explicaciones con su acentillo español no ayudó mucho sino más bien exacerbó los deseos de partírsela que ya tenían los cuatro. Al cuarto zape se fue sobre la otra mesa ocupada, la de los GPs, que de inmediato lo consideraron un enviado por la judicial.
Mientras GPs y Javieres iniciaban las mentadas de madre preliminares —protocolo indispensable antes de los madrazos—, Vlad fue hacia la puerta... Cudberto lo jaló con rudeza, de un extremo de la capa: el gachupín tenía que pagar la cuenta y los daños...
Entraron cinco paracaidistas del Ejército, supuestamente para ir al baño, y miraron (con ojos de inmediato brillantes), la pelea. Vlad aprovechó para morder a Cudberto que en ese momento no tenía una botella de tequila en la mano, en ambas carótidas, por turno para asegurarse. Por supuesto (no jodan) que él, no iba a pagar algo. Los chutes recién llegados decidieron participar en el jolgorio cuando notaron que los GPs eran de la Armada.
Mientras se escuchaban las primeras notas bravías de “¡Somos paracaidistas!... ¡vamos del cielo a la misión!” —con la música de El Gran Escape, por supuesto—, Vlad dejó caer el cuerpo del Cudberto y abandonó El Nivel. Decidió descansar un rato en la Catedral.
Siempre le habían gustado los crucifijos —y los crucificados—, pues le traían tiernos recuerdos de tiempos idos en las bucólicas: Transilvania, Valaquia y anexas, aunque definitivamente él tenía mejores ideas cuando se trataba de usar madera en un cuerpo... empalar era más ameno y las víctimas chillaban harto, como puerquitos. Además, se ahorraban clavos, para clavar turbantes y sombreros en las cabezas adecuadas, como alguna vez hizo con unos embajadores turcos y... fue muy divertido.
Pasó un rato muy entretenido dentro del recinto: examinando las imágenes, oyendo el órgano y mirando a los parroquianos. Mientras tanto, la pelea iniciada en El Nivel se había extendido hasta los danzantes mexica de la plaza.
Y era que habían llegado refuerzos chutes, quienes sintiéndose el Séptimo de Caballería de Custer, o pensando que se hallaban en Chiapas, arremetieron contra la indiada sin más preámbulos. El razonamiento era muy simple: unos tipos (as) que bailaban alegremente en medio de la crisis del país tenían que ser elementos subversivos, sucios rojos quizá hasta universitarios del CGH o veteranos sobrevivientes de Tlatelolco: había que finalizar la tarea iniciada en 1968. “¡Si he de morir, no me ha de importar, dispuesto estoy a la eternidad!”, (con música de El Gran Escape, claro).
Para entonces los por decreto inexistentes vendedores ambulantes del Centro Histórico, en especial las mujeres, se habían unido a la fiesta y los madrazos no priístas adquirían proporciones épicas. El príncipe comenzó a recordar cálidamente aquellos tiempos de las guerras que él entabló contra los turcos.
Ante aquello y al llegar desde la plaza de Santo Domingo un numeroso contingente de maestros (todos ellos veteranos magisteriales de varios zafarranchos, roturas de vidrios y tomas de oficinas de gobierno), los integrantes del H.Cuerpo de Granaderos decidieron, ante la amenaza inminente, refugiarse en la Catedral y apelar a la protección eclesiástica. Si Fox lo hacia con el Cavernal, ellos ¿por qué no? A fin de cuentas, como granaderos, no les pagaban para recibir golpes sino para darlos, y todos aquellos tipos (los del magisterio) se veían muy fieros, como entrenados en Tacubaya, cual lanceros de Bengala, contra indefensos bobocops panistas como blanco.
De pronto había demasiada gente por ahí, pensó el príncipe.
Se metió al órgano (al aparato ese de sonido) para esperar tiempos más propicios y que al avanzar la tarde regresaran sus fuerzas por completo, le hubiera gustado tener tequila con él... pero ni modo. Husmeó por si aparecía cerca algún monaguillo regordete, había visto un par antes. Miró su Rolex con impaciencia.
Finalmente y a pesar del horario de verano, cayeron las sombras... el príncipe abandonó la Catedral con todas sus fuerzas repuestas, el sitio se veía tan oscuro como siempre, ya no estaban los granaderos ni tampoco varias alcancías para limosnas, algunos candelabros y otras cosillas, el sacristán mayor Epifemo buscaba desolado al Rodolfito, el lindo monaguillo que le hacía tan buenos trabajos orales al padre Norberto, y a él mismo cuando había un ratito libre, ahí en un rinconcito oscurito de la sacristía...
El príncipe salió a la plancha del Zócalo donde ya no había lucha sino sólo las cantidades habituales de basura y extendió su sombría capa.
—¡Mira mami, es Batman! –exclamó entusiasmada una nenita.
El príncipe masculló una maldición en transilvano arcaico ante tan indignante comparación con un vil murciélago encapuchado gringo y hubiera despachado a la impertinente niña de no haber sido porque apareció más gente metiche en busca de un autógrafo del machín del Robin. Ejecutó entonces su acto de esfumarse de ahí y se teleportó a otra parte, o sea desapareció del sitio, como si fuera tripulante de la Enterprise o mutante X. El que seguía sin aparecer hasta ese momento era el Rodolfito... Vlad, por su parte, se teleportó de ahí mirando con furia a la nena, en vez de fijarse hacia dónde iba.
Se estampó de hocico contra el asta de la bandera monumental.
A pesar de su fuerza... eso dolió.
Decidió usar métodos más convencionales: de ahora en adelante volaría sin rollos espectaculares, como correspondía a alguien de su categoría. Por lo menos hasta conocer mejor el sitio y sus coordenadas.
Necesitaba un tequila, pero no quiso regresar al Nivel, y no se había fijado en La Ópera. Se elevó para otear los contornos en busca de alguien en quien desquitarse y justo en la esquina del Monte de Piedad estaba parado un habitante de aquella especie de país, oscilando un bastón, Vlad se ajustó los colmillos (algo flojos luego del choque con el asta), sonrió con malevolencia y se dispuso a la cacería. Se lanzó veloz, como prescribía el Manual de tácticas de ataque para vampiros, nosferatus, gules y similares (que él mismo había escrito para Arkhan House), sobre la víctima desprevenida y le hincó los caninos para desgarrar con saña...
Aulló como si le hubieran clavado una estaca ahí, donde les conté, la víctima tenía un collarín ortopédico de kevlar®. En el forcejeo que siguió, Vlad perdió la punta de los colmillos al tratar de zafarse... la víctima por su parte, la emprendió a bastonazos contra él, sin necesidad de manual alguno: por si era un judicial, algún miembro del PRI (el del collarín era del PRD), un panista hambriento, pariente de Martita Saddam de Fox, o algún guei ansioso. Por supuesto los bastonazos duelen en especial cuando el bastón tiene harta plata de adorno. Vlad inició una retirada estratégica bajo los denuestos del embastonado.
El príncipe comenzó a pensar que los mexica no eran tan mansos después de todo.
Mentando madres en esloveno y serbo-croata se elevó hacia la noche turbia, mientras se deslizaba por el smog se distrajo mirando una animada tertulia de Nivelungos® y otros similares en la terraza del Club de Periodistas de México (o tal vez el choque con el asta había dañado su sistema de navegación inercial), el caso fue que no vio la Latino.
Por segunda vez esa noche se estampó... otra vez se dio de hocico. Los vidrios aguantaron, pero él se precipitó hacia tierra en barrena invertida y sin paracaídas: ¡baaaajan, echen pajaaaa!
Atravesó con limpieza el tragaluz de un consultorio dental ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas, cayendo en medio de la animada discusión de tres torturadores, acerca de cómo perforar mejor y legalmente el trigémino para obtener pingües ganancias —el asunto del dolor permanente era irrelevante—, la cual sostenían un trío de dulces cirujanos facio-dentales: Teresita (a) Sargento Furia, Luis Javier (a) Uncle Fester, y la devastadora Maru, ella religiosamente bajo el retrato en filipina del padre de la odontología –y su numen-nahual— D.A.F. marqués de Sade.
El trío emitió sonidos imprecatorios guturales ante la interrupción y fueron a por el insensato para castigarlo debidamente: Vlad había quedado temporalmente noqueado, pero el estado de sus estropeados caninos —y eso que no vieron los aguijones— excitó a los cirujanos, un examen rápido del prospecto: Rolex de oro, costosos anillos, medallón de familia —de oro rubíes y esmeraldas— con escudo de armas... les convenció que podía ser un paciente conveniente. Así pues cargaron con él para asegurarlo debidamente al sillón reforzado que estaban deseando probar. Mientras Teresita amarraba y acomodaba al paciente de la mejor manera bajo las luces, LJ puso como fondo sonoro el tema dental de La tiendita del horror (a todo volumen), siempre es mejor trabajar con música, y además el número alto de decibeles disfraza otros ruiditos bastante habituales en sitios como aquel, Maru con su ternura habitual insistió en que sería mejor la música de Love Story; con una mirada de desaprobación ante tal tibieza LJ, tendió galantemente las pinzas de extracción a Teresita:
—Las damas primero —dijo con una sonrisa que hubiera envidiado Bela Lugosi.
Vlad recuperó el sentido con Teresita encima de él, rodilla bien clavada en el vientre, pinzas sobre la pieza a extraer... y una sonrisa de dentista en su bello rostro:
—Hi, I’m Teresita, I’m your friend forever! –le saludó jovialmente con acento tejano.
—Esto tal vez moleste un poquito —agregó suavemente La Maru con la remilgada anticipación odontológica... y su dulzura característica; mientras le sostenía la cabeza al príncipe con una fuerza que no concordaba con su amable aspecto.
Por alguna razón, Vlad tuvo una fugaz visión-recuerdo de su prima Elizabetha Bathory (¡tan linda!), de la rama familiar húngara. También sintió una apremiante necesidad de abandonar aquel lugar a la brevedad. A ningún torturador le agrada que le pongan la mano encima y… mucho menos si se trata de colegas con título.
Pasaron varias cosas casi al mismo tiempo:
La epinefrina, la adrenalina y la condición sobrenatural de Vlad, hicieron crecer de nuevo sus colmillos para desconcierto de los facultativos (el terror ante Furia lista a ejercer, también ayudó), los músculos del príncipe se tensaron y rompieron las amarras, Tepes les bufó a los tres como pantera y saltó hacia la puerta.
Salió del sitio más rápido que un charro probado de una reunión guei.
Furia, Fester y la Maru pasaron de la sorpresa a la indignación profesional, y recitando a coro la Ley Áurea del Odontólogo: “Asusta antes de lastimar, lastima antes de mutilar, mutila antes de matar. Mata a quien no pague la cuenta” (hay cosas que calientan hasta a un dentista), tomaron unas reatas vaqueras —del contenedor para pacientes remisos— y se lanzaron a la persecución del rebelde al grito de:
—¡Servir es un privilegio!
Pero la presa había escapado. Por primera vez en sus más de quinientos años alguien había logrado asustar de verdad al príncipe Vlad Tepes, eso era demasiado para una jornada, así que decidió volver a su “cementerio de cinco estrellas”, a la tumba de la feliz para, cuchiplanche de por medio, meditar sobre el asunto.
La vieja seca alimentadora de gatos no estaba, pero otra viejita más o menos de su edad estaba haciéndole las devociones de San Fellatio a un jovenazo de prepa, en la oscuridad cómplice del cementerio. Doña Marchita (a) la Félix (por su pura y mexicana alegría al hacer las devociones a San Penus, sin contar que la falta de dientes ayudaba), era evidentemente la decana de todas las prostis del planeta, una demostración de que por esta vez, Fox no se equivocaba con eso de que la edad no es impedimento pa’trabajar.
Vlad decidió que también meditaría al respecto.
El planeta Tierra se movió, etc...
El príncipe notó, luego de la consumación, que la feliz esposa estaba en mucho mejor estado, luego de más de ciento cincuenta años, que la Félix de la noche pasada y eso, además de haberla estrenado, le proporcionó un cierto regocijo muy a la mexicana alegría. En la siguiente jornada decidió ser más cauto y atacó a un buen número de prostiputas jóvenes borrachas, dopadas y con varias otras cosas dentro, por el rumbo de La Merced, donde abunda esa fauna en particular.
No fueron los únicos ataques de aquella ocasión... por el lado del aeropuerto y anexas, una voluptuosa chava morena-pálida, dio cuenta de varios niños de la calle, (para fortuna de todos los demás), llevándolos hacia el lago de Texcoco gracias a sus encantos: ahí, según La Prensa, les chupó la... sangre, hasta dejarlos secos.
Un pacheco que la vio afirmó que tenía ropas de mexicana aunque nadie supo exactamente a qué se refería... si iba vestida de tehuana, como la ex compañera Esther, era mesera de Sanborns, o qué pedo...
Para su tercer día en Chilangolandia, Vlad decidió mientras se tomaba un té Tampax, que se estaba enviciando con la sangre mexícatl... en especial la de las féminas.
Era... tan, tan espesita, olorosa, salada, con un toque de colesterol, alguito de tequila, limón, chile, pulque y otras cosas indefinibles, embriagadoras y chidas que, la neta tenía un nosequé.
Él había ido allí de paso, camino a algo de lo cual ya casi ni se acordaba... ¡ah sí, la tal arroz!, pero la verdad, prefería empalar a las paisanitas morenitas aquellas... y estaba creando una verdadera descendencia: vampiritas jóvenes, darkitas... interesante. Un día de aquellos debería invitar a algunas a una bloody shower, aunque posiblemente necesitaría un cementerio más grande y claro, discreto, o crear un antro... ya vería.
Comenzó a barajar las posibilidades, como dijo Adolfo (a) “el Führer”, no Cortines ni Mateos de: volverse político... debía decidir a cuál de los tres partidos principales ingresar... O, quizá fuera mejor crear uno nuevo con su nueva descendencia infinita y que los mantuviera el IFE... sí, aquel sitio era un paraíso. La neta, bien chido, definitivamente se quedaría un tiempo largo...
Epifemo finalmente halló al Rodolfito, en las criptas, mientras buscaba por ahí al padre Norberto, que se había como esfumado la noche anterior. No pudo ocultar su agrado al encontrar al deseable nene, que la verdad se veía mucho mejor ahora, como si brillara, el malvadote... y esa sonrisa. Epifemo recordó al niño que era muy ingrato por haberlo dejado solito tanto tiempo, sin haber sido llamado por el jefe cavernal... y, que pues ya era hora que pos el fito realizara sus devociones, hiciera cuello, le apretara gentilmente el collarín al ganso... etc., elfitito le miró golosamente el cuello y otras cosas a Epifemo y en cero segundos cerrados estuvo a su lado, sonriente como anuncio de Colgate...
No sólo del cuello puede sacarse abundante sangre... Telón.
Días después fue necesario que la Mitra solicitara personal completo para la Catedral Metropolitana, el sitio había quedado cerrado y sin atención, para desgracia de los turistas y Fox, luego que un chamaco regordete, sonriente y un tanto sexy, hubiera abandonado el sitio con rumbo desconocido. Algunos afirman haberlo visto por la Zona Rosa, pero: son rumores... son rumores.
El planeta Tierra se movió innumerables veces... etc.
Como México no hay dos, verdad de dios...
La neta...
*
Los periplos vampíricos:
Cuestión de hemoglobina tiene su historia.
Emblemático como es, el cuento ha sido escrito por completo en tres ocasiones, leído, comentado, ha sido ejemplo para muchos de cómo se hace picaresca política y crítica social...
Pero ningún editor ha tenido los huevos para publicarlo… hasta ahora.
La primera versión la escribí cuando devengaba un “salario” en la SRA y no tenía nada mejor que hacer, años después un amigo y entonces colaborador de aprendices de edición me solicitó un cuento de vampiros, sin explicar qué deseaba: sólo que quería un cuento de vampiros. Me pareció buena onda el humor —¡hay tan poco en los EUM!—, y lo rescribí para la “antología” esa.
Igual que Vlad, me enteré de manera ruda que, en esta especie de país no hay editores, solo un chingo de aficionados y también puros intelectuales chafa (químicamente puros).
Resultó que a mi amigo —o sólo a sus amigos—, le molestó el cuento, pues al parecer, él sí creía en los vampiros y claro, esto que yo decía del tal Vlad parecía un insulto, quizá él deseaba verlo al pie de su cama... aunque se supone que tal honor sólo estuvo reservado para Bram Stoker, lo siento. Luego supe que quienes querían hacer la tal “antología” también le encendían veladoras e incienso a la tal arroz, a la lupita, a Fox y a Fecal, como si fueran las deidades máximas de esta especie de país, pero como yo no lo hago porque sí me gustan las vampiras, en especial las clásicas chupadoras, pues... Pero esa es otra historia.
Pero bueno, ahora en el nuevo milenio (risas en off), tal vez la tercera versión de Cuestión de hemoglobina vea finalmente la luz...
Con lentes Polaroid.
Todo eso claro, si es que en realidad existen editores en esta especie de país...
Hay quien ama
tanto a la vida
tanto a la vida
que dona un
poco de su sangre
poco de su sangre
Cruz Roja Mexicana.
A todas las darkitas y vampiritas mexícatl
En especial para la darky Macarena
&
La devastadora Maru De Sade…
En su inolvidable castillo de Cuautla
Y, a la dulce Teresita
Pero aquella primera e inolvidable ocasión, hizo pedazos el libro, luego el mobiliario, lanzó escupitajos sanguinolentos, vomitó la cena semi coagulada, se trepó por las paredes... juró que se vengaría.
El príncipe Vlad “Tepes” Drácula estaba bastante enojado. Por no mencionar otros calificativos poco aptos para oídos castos, incluso en transilvano arcaico.
Y, cuando un vampiro se encabr... ita es, por lo menos, todo un espectáculo.
Podía perdonar las pen... tontadas de Lestat, las mamadas de Armand y hasta las mariconadas de Louis... pero que la autora del infundio ese, una tal arroz (rice), dijera que los vampiros eran impotentes... ¡eso sí que no! ¡Él era un vampiro y todos lo conocían por Vlad Tepes! Y tepes en rumano significa estaca... y gruesa. ¿Se imaginan por qué le llamaban así? También le decían quizá de cariño o quizá no, el empalador.Y eso de que empalaba era completamente cierto y comprobable, como constaba en actas.
Así que ajustaría cuentas con la tal Ana Arroz, y mientras pensaba en todas aquellas encantadoras posibilidades al estilo D.A.F. de Sade, mascullaba blasfemias, planes lúbricos y groserías en transilvano arcaico, las cuales son obviamente impublicables, aunque la neta ni los rumanos de estos días las entienden.
¡Oh sí! La buscaría a la tal Ana Arroz, la hallaría y le haría saber porqué él era el empalador... y luego de empalarla por todos los sitios empalables le chuparía... hasta la última gota de sangre.
Pero no la vampirizaría, no, eso no, esa fulana sería una vergüenza para el gremio. Decidido el asunto comenzó a urdir planes de inmediato.
Aerolíneas Transilvanas no tenía vuelos directos a EUA, así que a pesar de su aversión a volar (en avión), tendría que hacer varias conexiones. Encontró un paquete bastante económico (desde la caída del viejo régimen rumano las cosas no estaban para malgastar el dinero y además el príncipe era un tanto tacaño con su oro y dólares), en el cual desde Madrid podría hacer una conexión con una conocida aerolínea Mexicana y luego desde ese sitio llamado EUM o México (al parecer los nativos aún no sabían bien cuál era su nombre), según le informó la amable (y con bellas carótidas) señorita de la agencia de viajes, podría volar en dos patadas a los EUA, previa visa. Incluso, según vio en CNN, podría entrar por la frontera sin papeles, con sus poderes nocturno-vampíricos eso no era ningún problema. Y así, además, no dejaría huellas.
Se equivocaba, of course: ahí, con esa imprevista escala, comenzarían sus verdaderos problemas. Pero él aún no lo sabía.
Se frotó las manos con alegría, previendo su encuentro con la Ana Arroz.
Organizó un equipaje ligero (lo de las cajas de cementerio fue una licencia literaria del Bram Stoker), sólo necesitaba a lo sumo su coffin bag. Así preparado se dispuso a viajar. En el folleto decía que tanto España como México eran en aquella temporada países con mucho sol. Así que metió dos pares de lentes Polaroid extra oscuros entre sus cosas, por aquello de las dudas.
El viaje en la aerolínea transilvana no tuvo gran cosa en particular, pero al hacer la conexión en Madrid, tuvo un atisbo de que estaba entrando en un mundo bastante peculiar, en un mundo especial, sobre todo luego de esperar varias horas en el aeropuerto de Barajas, con olores a tortilla con chorizo y el constante paso de los clientes de Iberia, los cuales a juzgar por su torpeza, debían arribar todos de Galicia... porque además casi todos se dirigían con urgencia hacia la capilla del aeropuerto, a dar gracias por haber llegado vivos a pesar de Iberia o, como masculló alguien, tal vez a confirmar sus reservaciones... no preguntó, no se atrevió... le dio algo como miedo la posible respuesta.
El avión mexicano, por contraste, le pareció bastante interesante por decirlo de alguna manera: tenía un algo de improvisación muy latina y también algo muy malevolente: un mevalemadres que él aún no entendía del todo aunque podía percibirlo y... le gustaba.
Conoció el tequila con sangrita en un Sauza Vampiro (así llamaban los mexicanos a su peculiar bebida) lo cual se le hizo sumamente curioso... y sabroso. Algunos idiotas (como arroz), habían insistido en que los vampiros sólo se alimentaban con sangre... y que, como alguna vez dijo Bela Lugosi nunca beben: vino. ¡Completamente falso! Al príncipe le encantaban el vino y el aguardiente y, por supuesto le fascinó el tequila, así que de paso anotó llevar bastante para su cava, a su regreso. ¿A que le tiras cuando sueñas transilvano...? ¿O debería decirse “de más allá de la selva”? En realidad no importa...
Para quienes lo ignoran, los vampiros poseen un metabolismo muy acelerado y acerado, capaz de digerir lo que sea sin desechos, así que jamás necesitan ir al baño como los humanos, excepto para darse una ducha... eso de que no aguantan el agua corriente es otra mamada literaria. Otro rumor bobo es ese de que no se reflejan en los espejos, aunque eso es un tanto relativo, como suele ser todo en la vida; los espejos que no los reflejan (por una alteración de longitud de onda), son los que tienen mucho nitrato de plata, un metal al cual son, por otra parte, naturalmente alérgicos (el compuesto ese los rechaza, aunque no se sabe exactamente por qué), pero fuera de eso no hay lío en lo absoluto. Si no pudieran verse en los espejos baratos ¿cómo se peinarían?
Aclaremos de una vez; el agrado vampírico por la sangre es más de bon vivant que dietético. Además así vampirizan a quien les interesa (quien no les interesa es simple carne muerta), de otra manera no habría incremento de población vampírica. Cuando muerden inyectan anestésicos, epinefrina, anticoagulante, endorfinas, afrodisíacos, y el virus del vampirismo...
Es un proceso interesante aún no estudiado por la ciencia, pero muy efectivo, ninguna víctima se ha quejado hasta ahora.
Igualmente hay un montón de mentiras acerca de las vampiras: para empezar estas nenorras de lánguida mirada abisal, suelen ser muy bellas y calientes (en lo sexual) aunque eso sí, su piel es fría como hielo. Tienen la encantadora costumbre de aparearse durante meses seguidos sin pausa, con los vampiros machines-picadores (o sea todos los machos), cuando llegan a encontrarse, aunque jamás se embarazan (obvio, están muertas). A muchas de ellas les gustan un buen los humanos, siempre y cuando estén muy bien dotados. La neta andar con una de ellas es toda una experiencia placentera y extrema, el mayor peligro consiste en que antes, durante o luego del punchis punchis, les dé hambre (si usted lector se llega a ligar a una vampira, cargue siempre un litro de sangre fresca, a la temperatura del cuerpo, para su protección en esos casos), ahora que si a las nenurrias de colmillos prominentes —en realidad más que “colmillos” se trata de unos bonitos aguijones supernumerarios centrales que les crecen con el hambre y vienen incluidos con la vampirización—, les surge el apetito durante las devociones a San Fellatio, que dios se lo coja a usted confesado, porque esos caninos afilados...
Al desgraciado amante de placeres extremos al que le pase tal cosa, no lo salva ni un batallón completo de discípulos de Abraham Van Helsing, o el propio buen doctor holandés, ni todos los ajos del mundo, los cuales por cierto agradan mucho a las vampiras judías para acompañar el plato principal (nunca cargue ajo hasta conocer la nacionalidad de la interfecta), las cuales incidentalmente tampoco les temen a las cruces, en realidad ningún vampiro les teme, y de hecho a la mayoría les gustan pues son instrumentos de tortura y ellos (as) son discípulos naturales de D.A.F. de Sade, o al revés; eso de las cruces fue un invento piadoso-mercadotécnico del tal Bram Stoker y los católicos lo aprovecharon para vender más de sus absurdas reliquias... y por su parte Hollywood recreó el rollo para sus espectadores porque era nice. En realidad todo tenía bases económicas y los vampiros no iban a ser la excepción.
Pero mientras pensaba en todo aquello, el príncipe se zampó otro vampiro con lo cual dedujo por enésima vez que el tequila era muy buena onda y miró con evidente hambre golosa a una aeromoza morenaza; guapa y bien plantada, digna hija de la raza de bronce.
Con sonrisa perversa le pidió otro vampiro, para hacer crecer el apeto.
Cuando ella se acercó ondulando cadera para ofrecerle al bestialmente atractivo machote centroeuropeo con cara de malote, Malísimo & MALO, otra copita, mostrando una sonrisa deslumbrantementerótica (de esas que indican como con luces de neón: quiero), él aprovechó para examinarle con lúbrico descaro e indecencia evidente, las bien torneadas piernas, las nachas... chichis y mmmmmmmm... y nomás por no dejar, hizo uno de sus famosos pases hipnóticos.
¡ Listo! Aprovechando que estaban poniendo otra película chafa, el príncipe se levantó de su asiento y fue tras el trasero oscilante, bamboleante, ¡ mami!... de la morena.
Era hora de empalar...
Para cuando el avión del capitán Juan Diego Espejismo hizo su tercera pasada entre la nata que los chilangos llaman con optimismo aire, buscando donde coños bajar, él —el atribulado capi—, estaba esperando y rogando a la virgen del Tepeyac que el Aeropuerto Benito Juárez —cuando lo hallara entre la megaciudad—, tuviera despejada una de sus dosúnicaspistas habitualmente atestadas: su aparato (el avión), un Boeing, tenía aún combustible para 40 minutos de vuelo, el motor número dos mostraba un ligero calentamiento, las reservas de tequila y sangrita estaban agotadas, el tren de aterrizaje derecho se mostraba un tanto rejego a encastarse, los pasajeros se veían un tanto cuanto cansados, excepto el príncipe Vlad y... no aparecía una aeromoza.
Treinta y siete minutos, treinta segundos después; cuando la torre de control le avisó al capi Juan Diego (JD) que podría tener algunos instantes de pista despejada luego que se solucionara un problema que... el comprensiblemente nervioso JD lanzó a su aparato en una cuasi picada kamikaze en sentido contrario a la circulación, con la más pura técnica pesera; como si fuera a bajarlo sobre el Nimitz... ignorando entre otras cosas a un pinche gringo (con sospechoso acento árabe) de la American Airlines, quien so pretexto de una falla mecánica, falta de combustible, directiva de Osama Binesamadre, o alguna otra mamada por el estilo, quería bajar antes que él.
—¡Ni madres! ¡Atrápame si puedes! —aulló el capi JD sintiéndose Di Caprio y se agandalló la cinco derecha por sus tompiates y con una sonrisa entre jija y nerviosa, mientras la tripulación se santiguaba con resignación guadalupana, como parte del procedimiento de aproximación.
El aterrizaje fue perfecto. Mientras JD llevaba al Boeing a la zona de desembarco con los últimos restos: más bien el mero gas de turbosina en un solo motor, en las marismas del Lago de Texcoco, se encendió una explosión digna de las Torres Gemelas.
—¡Pinche gringo mentiroso! —masculló JD con rencor comprensible— claro que tenía bastante combustible el güey. Ya no se puede confiar en nadie, me cae, ¿vieron el flamazo, qué tal si le hago caso? ¡Bienvenidos a la Ciudad de México! —dijo para los pasajeros...
Los pasajeros, siguiendo la costumbre, no escucharon, pero sí aplaudieron. El personal de vuelo y cabina se relajó con un suspiro: vivirían hasta el próximo viaje con JD.
Una aeromoza morenaza seguía sin aparecer...
El desembarco, luego de las amables y algo temblorosas palabras de despedida e invitación a otro vuelo con JD y su amable, aunque nerviosa, tripulación, se hizo sin problemas, con un ciertamente molesto sonido de fondo, de sirenas en dirección al Lago de Texcoco, donde se elevaba una bonita columna de humo negro... detalles. Vlad pensó que aquel parecía un país divertido y muy mansomenso. Hizo un pase hipnótico —innecesario— al funcionario de migración, cuya única neurona estaba ocupada en pensar como podría parecer gringo a pesar de llamarse Nopaltzin Pérez, y pasó sin más hacia el exterior. Quizá se quedaría ahí por un rato, el sitio se veía agradable... y esa sangre y sangrita... tenían un quiensabequé.
Cuando el último equipaje (parte de él con destino a Zambia, cargado en Suiza) fue removido de la bodega del avión, apareció la aeromoza perdida... la pálida morenaza les dedicó a los empleados una deslumbrante sonrisa de caninos largos y afilados —amén de los aguijones—, un coqueto bufido gatuno... ejecutó un par de movimientos voluptuosos de caderas, en el más puro estilo Lucyteibolero y desapareció. O sea se multiplicó por cero.
ASPA y otras agrupaciones gremiales similares siguen investigando.
El príncipe abandonó el benitojuárez y respiró a todo pulmón el aire defeño, con su ligero olor característico a cloaca, el cual le recordó cálidamente, el cementerio familiar.
Sí, el sitio se veía insanamente acogedor.
Algunos de los nativos miraron al príncipe con evidentes deseos de acogerlo (a pesar de su aura de maldad) o, por lo menos a sus dolarillos.
El planeta Tierra se movió, como lo había hecho desde tiempo inmemorial: en dirección al Este... admitió en su atmósfera un cierto número de los diarios aerolitos dispersos, los cuales fueron enseguida catalogados por los ovnicreyentes como VEDs, —o sea: Vehículos Extraterrestres Dirigidos—, Venus brilló tempranito como siempre: para mayor confusión de los Vigilantes de Jaime Maussan, quienes reportaron otra vez sin que los pelaran, una nave proveniente de las Pléyades, la cual aparecía religiosamente todas las mañanas (por el este) y también por las tardes (por el oeste), a la misma hora (aunque habían detectado una diferencia de 60 misteriosos minutos cuando estaba vigente el nocivo horario de verano), quizá alguna vez les harían caso y ya no se sentirían marginados. El Popocatépetl eructó una habitual solfatada intensa pero la bandera de emergencia siguió en amarillo porque los encargados del monitoreo (para no perder la costumbre), ni se dieron cuenta. Hubo destellos cárdenos sobre la nata urbana cuando el inicial calor solar alborotó a los imecas y algunos enfermos de asma respiraron por última vez su ración de smog, las luces automáticas del GDF siguieron encendidas a pesar del ahorro de electricidad por el horario de verano... entonces, como desde que el mundo era mundo, amaneció sobre la eterna fama y la gloria de la ciudad de México-Tenochtitlan, Distrito Federal, Chilangolandia y para sus más de 20 millones de nacos-mexica.
También para el príncipe Vlad.
La noche anterior el taxista que lo levantó del Aeropuerto Benito Juárez (un pirata con matrícula falsificada y vidrios polarizados), hizo cuanto pudo por pasarse con el turista, en especial cuando descubrió, para su regocijo, cierto acentillo español en el castellano del príncipe (él había aprendido el idioma de Cervantes en un viaje a España en 1541 con motivo de un curso de Empalamiento Creativo para la Santa Inquisición), pero esa es otra historia...
El taxista en cuestión catalogó a su pasajero como gachupín y procedió a buscar la manera de esquilmarle lo más que fuera posible.
Debió sospechar algo más o menos turbio cuando el príncipe le dijo que lo condujera al panteón de cinco estrellas más cercano... pero su mentalidad no daba para tanto y elucubrar sospechas hubiera sido un evidente esfuerzo.
Después de mascullar un ¡chaleee! El ruletero enfiló hacia el Panteón de San Fernando, con la feliz idea de que la oscuridad de la vecina colonia Guerrero, sería una aliada para hacerse de unos dolarillos, y aprovechando su entrenamiento previo como “madrina” hizo crujir sus dedos y condujo. El príncipe se relamió con delicadeza...
Después que el buen Vlad hubo tomado su tentempié (before taking a rest on the coffin bag), y luego de limpiarse delicadamente los labios con el paliacate de la víctima (él siempre había sido un vampiro con muy buenos modales), abandonó el taxi e ingresó en el panteón ante la indignada furia y bufidos de más de treinta gatos de diversos colores, edades tamaños... y de una anciana malhumorada que se dedicaba a alimentarlos con la ayuda de un teporocho. Vlad descartó a la vieja seca como alimento, y los gatos —en especial los negros—, siempre le habían gustado desde la escuela elemental de hechicería.
Les sonrió a todos: la ruca loca se desmayó al ver los caninos afilados del príncipe Vlad —mas los aguijones mucho más turbadores—, el teporocho ni se enteró.
Eligió la tumba del tal Benito Juárez (al parecer alguna especie de rey o deidad del lugar, porque aeropuerto, avenidas, un hemiciclo y muchas cosas más, llevaban su nombre) y ahí desplegó su coffin bag; habitualmente no descansaba por las noches, pero el viaje y, tal vez el —según algunos mexicanos—, letal horario de verano habían, al parecer, desarreglado su reloj biológico-vampírico.
Igual conocería la ciudad por la mañana y estrenaría sus lentes Polaroid®.
Al día siguiente, muy temprano, el príncipe abandonó la comodidad del lecho (incidentalmente ahí en aquella tumba no había ya nada del tal Juárez), pensando que posiblemente se cambiaría a la tumba cercana de una tal Dolores Escalante que tenía fecha 24 de junio de 1850 y cuyo epitafio decía: “Llegaba ya al altar feliz esposa... Allí la hirió la muerte... Aquí reposa”. De verdad le estaba gustando el estilo mexicano podría ser interesante conocer a la “feliz” y tal vez consumar el matrimonio en el tálamo que aquella no tuvo. Se colocó sus Polaroid y salió a recorrer aquella ciudad tan peculiar y olorosa.
Algunos gatos bufaron cuando apareció, pero otros ronronearon de gusto al verlo.
La ruca seca y su novio teporocho no estaban a la vista.
Le fascinaba el aroma ligeramente pútrido del aire, la frescura del smog, la lividez del amanecer, se daba cuenta que había tal cantidad de químicos letales y elementos nocivos suspendidos en aquella sopa-nata con cierta apariencia de aire, que el sitio era ideal para cualquier clase de ser sobrenatural, en especial para los vampiros. Ignoraba por qué aquel paraíso no había sido descubierto antes.
Y estaba el vampiro-tequila con sangrita.
Se fue a la Alameda Central a mirar a los charros-policías que cabalgaban ahí como atracción turística, a los “niños” de la calle, los boleros y los vendedores ambulantes y pensó que aquel lugar rebosaba de alimento: con tanto miserable suelto, nadie se enteraría de la desaparición de unos cuantos, fueran cientos o miles... además los nativos, hasta los policías, se veían mansos, serviciales y bien entrenados para servir a sus amos extranjeros. Posiblemente aquella especie de Voivode sagrado, el tal Juárez, los había educado así... por eso lo amaban tanto y le hacían tantos homenajes —pensó mientras miraba el hemiciclo.
El presidente del país, un tal Fox (Zorra) Quesada —evidentemente alguna clase de derivado lácteo—, se veía muy chistoso en la primera plana del periódico que compró: con sus botas y pantalón vaquero —por lo visto esas ropas y calzado ridículo eran la costumbre mexicana, como se veía en las películas de Infante y Negrete—, no entendió lo que decía el presi acerca de la disminución de la pobreza con tanto miserable a la vista, pero supuso que eran los típicos engaños que acostumbra la clase gobernante en cualquier sitio, seguramente la disminución se debía a muerte por hambre; él lo sabía muy bien pues había sido gobernante varias veces. De cualquier manera, de acuerdo a lo que leyó, y por la forma como el tal Fox saludaba y besaba las botas a los extranjeros en vez de trabajar y eso que era el presi, entonces el sitio era bastante tranquilo... claro, debió comprar otras publicaciones como El Arma, Alarma y La Prensa, pero era turista.
Y, como buen turista subió a la Latino —por el ascensor—, entró a Bellas Artes... se dio su vuelta por el Centro Histórico, cual debe. A eso del mediodía y con el sol reflejándose en el pavimento, tuvo una sed abrasadora. Decidió que visitaría la Catedral luego y se clavó en la cantina más a mano: El Nivel, dulce hogar de los Nivelungos®, un grupo de insignes periodistas y borrachos —un obvio pleonasmo—, algunos de cuyos miembros sobrevivientes aún frecuentan el sitio que alguna vez fuera la cantina favorita de Victoriano Huerta, en la época en que le llamaban “general rompope” dizque porque estaba hecho de “alcohol y huevos”...
A esas horas tan impías el sitio estaba casi vacío, o sea no estaban los Nivelungos® u otros similares. Sólo una cuarteta de judiciales en una mesa y unos boludos Guardias Presidenciales (GPs), de civil en otra. Todos ellos rumiando hartas penas.
El príncipe se acodó en la barra y le hizo una seña al cantinero... pidió un Sauza Vampiro doble y sangrita extra. Se echó el primero entre pecho y espalda, como si fuera una estaca y se sintió súper. Pidió el siguiente.
Cudberto, el cantinero, en su larga vida como tal, había visto de todo y de lo más raro, incluyendo a los Nivelungos, pero no estaba listo para no ver. Le sirvió la otra al príncipe con una sonrisa de cantinero y pa’mostrar sus dientes de oro, hasta ahí iba bien... pero luego volteó hacia el espejo para seguir viendo a su parroquiano... y nomás no lo vio. Volteó otra vez y aquel estaba ahí, paladeando su sangrita. Otra mirada al espejo: cero.
Cudberto miró con sospecha el Tehuacán que se estaba tomando, como devoto AA que era. El espejo seguía sin reflejar a Vlad. Cudberto buscó otro ángulo y otro... el espejo seguía sin cooperar, y es que siendo El Nivel la cantina más vieja de la ciudad (del siglo XIX), sus espejos son antiguos... con mucho nitrato de plata, y ya sabemos lo que pasa con el nitrato ese y los vampiros...
Pero eso, como era obvio, no lo sabía Cudberto, quien temió de inmediato un delirium tremens retroactivo y fatal. El cantinero musitó una plegaria a San Abstemio, recordando las sesiones en los AA y extendió el dedo hacia Vlad.
La alucinación era sólida, aunque muy fría.
Ahora bien, al príncipe Vlad no le gustaba que le tocaran y menos sin su permiso y ahora no fue la excepción... desgraciadamente no había estacas disponibles ahí para empalar debidamente al impertinente, pero agarró el dedo de Cudberto y lo jaló, para arrancárselo, claro. Todos sabemos que los vampiros son muy fuertes, como veinte hombres, más o menos, pero el reloj raro de El Nivel —ese que está al revés—, estaba marcando las doce del día... y a esa hora y por un rato, los vampiros son como las personas normales... así que no le arrancó el dedo, aunque sí se lo torció. Vlad puso cara de extrañeza, Cudberto gritó algo impublicable, Vlad siguió torciendo con insistencia. El cantinero agarró una botella de tequila Cazadores.
Se la rompió —la botella— en la cabeza al príncipe quien de inmediato se percató, a la mala, que el tequila es bien pegador. Vlad soltó el dedo de Cudberto, retrocedió, se tropezó. Y aterrizó sobre la mesa de los judiciales. Ellos, los cuatro, habían tenido hasta entonces un mal día, pero ahora parecía que se estaba componiendo. El que Vlad tratara de dar explicaciones con su acentillo español no ayudó mucho sino más bien exacerbó los deseos de partírsela que ya tenían los cuatro. Al cuarto zape se fue sobre la otra mesa ocupada, la de los GPs, que de inmediato lo consideraron un enviado por la judicial.
Mientras GPs y Javieres iniciaban las mentadas de madre preliminares —protocolo indispensable antes de los madrazos—, Vlad fue hacia la puerta... Cudberto lo jaló con rudeza, de un extremo de la capa: el gachupín tenía que pagar la cuenta y los daños...
Entraron cinco paracaidistas del Ejército, supuestamente para ir al baño, y miraron (con ojos de inmediato brillantes), la pelea. Vlad aprovechó para morder a Cudberto que en ese momento no tenía una botella de tequila en la mano, en ambas carótidas, por turno para asegurarse. Por supuesto (no jodan) que él, no iba a pagar algo. Los chutes recién llegados decidieron participar en el jolgorio cuando notaron que los GPs eran de la Armada.
Mientras se escuchaban las primeras notas bravías de “¡Somos paracaidistas!... ¡vamos del cielo a la misión!” —con la música de El Gran Escape, por supuesto—, Vlad dejó caer el cuerpo del Cudberto y abandonó El Nivel. Decidió descansar un rato en la Catedral.
Siempre le habían gustado los crucifijos —y los crucificados—, pues le traían tiernos recuerdos de tiempos idos en las bucólicas: Transilvania, Valaquia y anexas, aunque definitivamente él tenía mejores ideas cuando se trataba de usar madera en un cuerpo... empalar era más ameno y las víctimas chillaban harto, como puerquitos. Además, se ahorraban clavos, para clavar turbantes y sombreros en las cabezas adecuadas, como alguna vez hizo con unos embajadores turcos y... fue muy divertido.
Pasó un rato muy entretenido dentro del recinto: examinando las imágenes, oyendo el órgano y mirando a los parroquianos. Mientras tanto, la pelea iniciada en El Nivel se había extendido hasta los danzantes mexica de la plaza.
Y era que habían llegado refuerzos chutes, quienes sintiéndose el Séptimo de Caballería de Custer, o pensando que se hallaban en Chiapas, arremetieron contra la indiada sin más preámbulos. El razonamiento era muy simple: unos tipos (as) que bailaban alegremente en medio de la crisis del país tenían que ser elementos subversivos, sucios rojos quizá hasta universitarios del CGH o veteranos sobrevivientes de Tlatelolco: había que finalizar la tarea iniciada en 1968. “¡Si he de morir, no me ha de importar, dispuesto estoy a la eternidad!”, (con música de El Gran Escape, claro).
Para entonces los por decreto inexistentes vendedores ambulantes del Centro Histórico, en especial las mujeres, se habían unido a la fiesta y los madrazos no priístas adquirían proporciones épicas. El príncipe comenzó a recordar cálidamente aquellos tiempos de las guerras que él entabló contra los turcos.
Ante aquello y al llegar desde la plaza de Santo Domingo un numeroso contingente de maestros (todos ellos veteranos magisteriales de varios zafarranchos, roturas de vidrios y tomas de oficinas de gobierno), los integrantes del H.Cuerpo de Granaderos decidieron, ante la amenaza inminente, refugiarse en la Catedral y apelar a la protección eclesiástica. Si Fox lo hacia con el Cavernal, ellos ¿por qué no? A fin de cuentas, como granaderos, no les pagaban para recibir golpes sino para darlos, y todos aquellos tipos (los del magisterio) se veían muy fieros, como entrenados en Tacubaya, cual lanceros de Bengala, contra indefensos bobocops panistas como blanco.
De pronto había demasiada gente por ahí, pensó el príncipe.
Se metió al órgano (al aparato ese de sonido) para esperar tiempos más propicios y que al avanzar la tarde regresaran sus fuerzas por completo, le hubiera gustado tener tequila con él... pero ni modo. Husmeó por si aparecía cerca algún monaguillo regordete, había visto un par antes. Miró su Rolex con impaciencia.
Finalmente y a pesar del horario de verano, cayeron las sombras... el príncipe abandonó la Catedral con todas sus fuerzas repuestas, el sitio se veía tan oscuro como siempre, ya no estaban los granaderos ni tampoco varias alcancías para limosnas, algunos candelabros y otras cosillas, el sacristán mayor Epifemo buscaba desolado al Rodolfito, el lindo monaguillo que le hacía tan buenos trabajos orales al padre Norberto, y a él mismo cuando había un ratito libre, ahí en un rinconcito oscurito de la sacristía...
El príncipe salió a la plancha del Zócalo donde ya no había lucha sino sólo las cantidades habituales de basura y extendió su sombría capa.
—¡Mira mami, es Batman! –exclamó entusiasmada una nenita.
El príncipe masculló una maldición en transilvano arcaico ante tan indignante comparación con un vil murciélago encapuchado gringo y hubiera despachado a la impertinente niña de no haber sido porque apareció más gente metiche en busca de un autógrafo del machín del Robin. Ejecutó entonces su acto de esfumarse de ahí y se teleportó a otra parte, o sea desapareció del sitio, como si fuera tripulante de la Enterprise o mutante X. El que seguía sin aparecer hasta ese momento era el Rodolfito... Vlad, por su parte, se teleportó de ahí mirando con furia a la nena, en vez de fijarse hacia dónde iba.
Se estampó de hocico contra el asta de la bandera monumental.
A pesar de su fuerza... eso dolió.
Decidió usar métodos más convencionales: de ahora en adelante volaría sin rollos espectaculares, como correspondía a alguien de su categoría. Por lo menos hasta conocer mejor el sitio y sus coordenadas.
Necesitaba un tequila, pero no quiso regresar al Nivel, y no se había fijado en La Ópera. Se elevó para otear los contornos en busca de alguien en quien desquitarse y justo en la esquina del Monte de Piedad estaba parado un habitante de aquella especie de país, oscilando un bastón, Vlad se ajustó los colmillos (algo flojos luego del choque con el asta), sonrió con malevolencia y se dispuso a la cacería. Se lanzó veloz, como prescribía el Manual de tácticas de ataque para vampiros, nosferatus, gules y similares (que él mismo había escrito para Arkhan House), sobre la víctima desprevenida y le hincó los caninos para desgarrar con saña...
Aulló como si le hubieran clavado una estaca ahí, donde les conté, la víctima tenía un collarín ortopédico de kevlar®. En el forcejeo que siguió, Vlad perdió la punta de los colmillos al tratar de zafarse... la víctima por su parte, la emprendió a bastonazos contra él, sin necesidad de manual alguno: por si era un judicial, algún miembro del PRI (el del collarín era del PRD), un panista hambriento, pariente de Martita Saddam de Fox, o algún guei ansioso. Por supuesto los bastonazos duelen en especial cuando el bastón tiene harta plata de adorno. Vlad inició una retirada estratégica bajo los denuestos del embastonado.
El príncipe comenzó a pensar que los mexica no eran tan mansos después de todo.
Mentando madres en esloveno y serbo-croata se elevó hacia la noche turbia, mientras se deslizaba por el smog se distrajo mirando una animada tertulia de Nivelungos® y otros similares en la terraza del Club de Periodistas de México (o tal vez el choque con el asta había dañado su sistema de navegación inercial), el caso fue que no vio la Latino.
Por segunda vez esa noche se estampó... otra vez se dio de hocico. Los vidrios aguantaron, pero él se precipitó hacia tierra en barrena invertida y sin paracaídas: ¡baaaajan, echen pajaaaa!
Atravesó con limpieza el tragaluz de un consultorio dental ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas, cayendo en medio de la animada discusión de tres torturadores, acerca de cómo perforar mejor y legalmente el trigémino para obtener pingües ganancias —el asunto del dolor permanente era irrelevante—, la cual sostenían un trío de dulces cirujanos facio-dentales: Teresita (a) Sargento Furia, Luis Javier (a) Uncle Fester, y la devastadora Maru, ella religiosamente bajo el retrato en filipina del padre de la odontología –y su numen-nahual— D.A.F. marqués de Sade.
El trío emitió sonidos imprecatorios guturales ante la interrupción y fueron a por el insensato para castigarlo debidamente: Vlad había quedado temporalmente noqueado, pero el estado de sus estropeados caninos —y eso que no vieron los aguijones— excitó a los cirujanos, un examen rápido del prospecto: Rolex de oro, costosos anillos, medallón de familia —de oro rubíes y esmeraldas— con escudo de armas... les convenció que podía ser un paciente conveniente. Así pues cargaron con él para asegurarlo debidamente al sillón reforzado que estaban deseando probar. Mientras Teresita amarraba y acomodaba al paciente de la mejor manera bajo las luces, LJ puso como fondo sonoro el tema dental de La tiendita del horror (a todo volumen), siempre es mejor trabajar con música, y además el número alto de decibeles disfraza otros ruiditos bastante habituales en sitios como aquel, Maru con su ternura habitual insistió en que sería mejor la música de Love Story; con una mirada de desaprobación ante tal tibieza LJ, tendió galantemente las pinzas de extracción a Teresita:
—Las damas primero —dijo con una sonrisa que hubiera envidiado Bela Lugosi.
Vlad recuperó el sentido con Teresita encima de él, rodilla bien clavada en el vientre, pinzas sobre la pieza a extraer... y una sonrisa de dentista en su bello rostro:
—Hi, I’m Teresita, I’m your friend forever! –le saludó jovialmente con acento tejano.
—Esto tal vez moleste un poquito —agregó suavemente La Maru con la remilgada anticipación odontológica... y su dulzura característica; mientras le sostenía la cabeza al príncipe con una fuerza que no concordaba con su amable aspecto.
Por alguna razón, Vlad tuvo una fugaz visión-recuerdo de su prima Elizabetha Bathory (¡tan linda!), de la rama familiar húngara. También sintió una apremiante necesidad de abandonar aquel lugar a la brevedad. A ningún torturador le agrada que le pongan la mano encima y… mucho menos si se trata de colegas con título.
Pasaron varias cosas casi al mismo tiempo:
La epinefrina, la adrenalina y la condición sobrenatural de Vlad, hicieron crecer de nuevo sus colmillos para desconcierto de los facultativos (el terror ante Furia lista a ejercer, también ayudó), los músculos del príncipe se tensaron y rompieron las amarras, Tepes les bufó a los tres como pantera y saltó hacia la puerta.
Salió del sitio más rápido que un charro probado de una reunión guei.
Furia, Fester y la Maru pasaron de la sorpresa a la indignación profesional, y recitando a coro la Ley Áurea del Odontólogo: “Asusta antes de lastimar, lastima antes de mutilar, mutila antes de matar. Mata a quien no pague la cuenta” (hay cosas que calientan hasta a un dentista), tomaron unas reatas vaqueras —del contenedor para pacientes remisos— y se lanzaron a la persecución del rebelde al grito de:
—¡Servir es un privilegio!
Pero la presa había escapado. Por primera vez en sus más de quinientos años alguien había logrado asustar de verdad al príncipe Vlad Tepes, eso era demasiado para una jornada, así que decidió volver a su “cementerio de cinco estrellas”, a la tumba de la feliz para, cuchiplanche de por medio, meditar sobre el asunto.
La vieja seca alimentadora de gatos no estaba, pero otra viejita más o menos de su edad estaba haciéndole las devociones de San Fellatio a un jovenazo de prepa, en la oscuridad cómplice del cementerio. Doña Marchita (a) la Félix (por su pura y mexicana alegría al hacer las devociones a San Penus, sin contar que la falta de dientes ayudaba), era evidentemente la decana de todas las prostis del planeta, una demostración de que por esta vez, Fox no se equivocaba con eso de que la edad no es impedimento pa’trabajar.
Vlad decidió que también meditaría al respecto.
El planeta Tierra se movió, etc...
El príncipe notó, luego de la consumación, que la feliz esposa estaba en mucho mejor estado, luego de más de ciento cincuenta años, que la Félix de la noche pasada y eso, además de haberla estrenado, le proporcionó un cierto regocijo muy a la mexicana alegría. En la siguiente jornada decidió ser más cauto y atacó a un buen número de prostiputas jóvenes borrachas, dopadas y con varias otras cosas dentro, por el rumbo de La Merced, donde abunda esa fauna en particular.
No fueron los únicos ataques de aquella ocasión... por el lado del aeropuerto y anexas, una voluptuosa chava morena-pálida, dio cuenta de varios niños de la calle, (para fortuna de todos los demás), llevándolos hacia el lago de Texcoco gracias a sus encantos: ahí, según La Prensa, les chupó la... sangre, hasta dejarlos secos.
Un pacheco que la vio afirmó que tenía ropas de mexicana aunque nadie supo exactamente a qué se refería... si iba vestida de tehuana, como la ex compañera Esther, era mesera de Sanborns, o qué pedo...
Para su tercer día en Chilangolandia, Vlad decidió mientras se tomaba un té Tampax, que se estaba enviciando con la sangre mexícatl... en especial la de las féminas.
Era... tan, tan espesita, olorosa, salada, con un toque de colesterol, alguito de tequila, limón, chile, pulque y otras cosas indefinibles, embriagadoras y chidas que, la neta tenía un nosequé.
Él había ido allí de paso, camino a algo de lo cual ya casi ni se acordaba... ¡ah sí, la tal arroz!, pero la verdad, prefería empalar a las paisanitas morenitas aquellas... y estaba creando una verdadera descendencia: vampiritas jóvenes, darkitas... interesante. Un día de aquellos debería invitar a algunas a una bloody shower, aunque posiblemente necesitaría un cementerio más grande y claro, discreto, o crear un antro... ya vería.
Comenzó a barajar las posibilidades, como dijo Adolfo (a) “el Führer”, no Cortines ni Mateos de: volverse político... debía decidir a cuál de los tres partidos principales ingresar... O, quizá fuera mejor crear uno nuevo con su nueva descendencia infinita y que los mantuviera el IFE... sí, aquel sitio era un paraíso. La neta, bien chido, definitivamente se quedaría un tiempo largo...
Epifemo finalmente halló al Rodolfito, en las criptas, mientras buscaba por ahí al padre Norberto, que se había como esfumado la noche anterior. No pudo ocultar su agrado al encontrar al deseable nene, que la verdad se veía mucho mejor ahora, como si brillara, el malvadote... y esa sonrisa. Epifemo recordó al niño que era muy ingrato por haberlo dejado solito tanto tiempo, sin haber sido llamado por el jefe cavernal... y, que pues ya era hora que pos el fito realizara sus devociones, hiciera cuello, le apretara gentilmente el collarín al ganso... etc., elfitito le miró golosamente el cuello y otras cosas a Epifemo y en cero segundos cerrados estuvo a su lado, sonriente como anuncio de Colgate...
No sólo del cuello puede sacarse abundante sangre... Telón.
Días después fue necesario que la Mitra solicitara personal completo para la Catedral Metropolitana, el sitio había quedado cerrado y sin atención, para desgracia de los turistas y Fox, luego que un chamaco regordete, sonriente y un tanto sexy, hubiera abandonado el sitio con rumbo desconocido. Algunos afirman haberlo visto por la Zona Rosa, pero: son rumores... son rumores.
El planeta Tierra se movió innumerables veces... etc.
Como México no hay dos, verdad de dios...
La neta...
*
Los periplos vampíricos:
Cuestión de hemoglobina tiene su historia.
Emblemático como es, el cuento ha sido escrito por completo en tres ocasiones, leído, comentado, ha sido ejemplo para muchos de cómo se hace picaresca política y crítica social...
Pero ningún editor ha tenido los huevos para publicarlo… hasta ahora.
La primera versión la escribí cuando devengaba un “salario” en la SRA y no tenía nada mejor que hacer, años después un amigo y entonces colaborador de aprendices de edición me solicitó un cuento de vampiros, sin explicar qué deseaba: sólo que quería un cuento de vampiros. Me pareció buena onda el humor —¡hay tan poco en los EUM!—, y lo rescribí para la “antología” esa.
Igual que Vlad, me enteré de manera ruda que, en esta especie de país no hay editores, solo un chingo de aficionados y también puros intelectuales chafa (químicamente puros).
Resultó que a mi amigo —o sólo a sus amigos—, le molestó el cuento, pues al parecer, él sí creía en los vampiros y claro, esto que yo decía del tal Vlad parecía un insulto, quizá él deseaba verlo al pie de su cama... aunque se supone que tal honor sólo estuvo reservado para Bram Stoker, lo siento. Luego supe que quienes querían hacer la tal “antología” también le encendían veladoras e incienso a la tal arroz, a la lupita, a Fox y a Fecal, como si fueran las deidades máximas de esta especie de país, pero como yo no lo hago porque sí me gustan las vampiras, en especial las clásicas chupadoras, pues... Pero esa es otra historia.
Pero bueno, ahora en el nuevo milenio (risas en off), tal vez la tercera versión de Cuestión de hemoglobina vea finalmente la luz...
Con lentes Polaroid.
Todo eso claro, si es que en realidad existen editores en esta especie de país...
Etiquetas: Drácula, Héctor Chavarría
3 de octubre de 2010, 4:38
Aun cuando hacia tiempo de no leer algo de Chavarría, encontré el mismo humor tan característico de su parte en este cuento, que como es usual con el autor, me hizo reír continuamente.