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Isidro

© 2009, Jorge Chípuli Padrón |

La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma
Edgar Allan Poe

Isidro fue enterrado vivo. Escuchó, sin poder moverse, todo el proceso; desde su supuesta muerte hasta el último paso de los enterradores sobre la tumba. Quería decir: no, esperen, si no estoy muerto, no me entierren… terrible perspectiva la de morir asfixiado, pero consiguió, ahorrando sus domingos, una verdadera pistola de rayos láser, y su mamá, afortunadamente, la había puesto en el ataúd antes de que lo cerraran: para que juegues en el más allá, mijito. Con ella sería fácil desintegrar la tierra blanda. Ni siquiera había tenido tiempo de probarla, había llegado por correo, la vio sobre la mesa cuando tropezó y se golpeó la frente. Se sintió como en un sueño del que es imposible despertar. El anuncio decía que realmente funcionaba, que era parte de un cargamento robado al ejército, un arma experimental creada para acabar con fuerzas alienígenas. Comenzó a mover la mano un poco, pudo abrir los ojos y ver la más profunda oscuridad. Después de media hora casi se terminaba el aire, pero ya podía moverse lo suficiente. Abrió el paquete. Palpó el arma entre sus manos y después de un minuto comprendió que había sido víctima de la fatalidad: las baterías no estaban incluidas.

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