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¡Todos Son Iguales!

© 2009, Carlos Alberto Limón |

La noche es la verdadera
y en ella caben todos.
Nuestras putas, pan de cada rato, de cada ansia. Niños que venden canciones tristes, lastimeras, y muñecas Cybertech defectuosas. O a sus hermanas menores. Hermosas y desnutridas; el morbo excita.
Contrabandistas y asesinos ofreciendo oro radioactivo de Neptuno o armas high power, que generalmente prueban en la panza de algún peatón descuidado. Es divertido ver cómo saltan las tripas en el asfalto. Abortos prematuros que buscan el cálido refugio de una matriz que ya no existe.
Perros que defecan. Bufofenina y NeoLSD. Chicas alegres buscando alguna prótesis que penetre la suya. Neuromusic y UDS. Bares donde danzan chimpancés mutados: exquisitos danzones o huarachas. Bancos de esperma a crédito, o estéticas de reconstrucción. Clones, homosexuales, hermafros, droides con líbido artificial y chulos. Cyberpeople. Contrabando de New Brunei y Timor Noroccidental, esquina con Nueva Guinea.
Mocos y suciedad.
Cabezas de policías disecadas.
Olvido.
Amantes.
Cuarto de hotel por 45 créditos la hora; los vidrios descuadrados de los ventanales, las paredes pintadas de amarillo brillante opacado con manchones de semen y fluido sanguinolento, las camas repletas de chinches, de clamidias; olor de semen rancio. Con la tristeza urbana concentrada en un instante eterno.
Gimen,
cabalgan,
copulan;
orgasmos,
como bestias primarias que son una;
lo intentan
y no lo logran.
Después, la calma. Solamente unos grillos de cromo dejan oír su vital (y casi olvidado) chirriar bajo una tromba de aguas negras, ácidas, de estroncio 90. Rosas cortadas que gritan el sabor del puñal. Putas timadas exigiendo su paga. Muerte bajo un reactor.
Y él duerme, olvidando la plática,
dejando pasar,
insensible,
cínico.
Beatífico.
Sólo eso. Ella quiere asirse a los remanentes, permanecer agarrada. Ni ella lo entiende. Y se enfurece, revolcándose en su bilis, purulenta de tantos desaires. Como un sol que no quiere ser fin, no quiere morir, pero ha terminado el día.
“Eres un perro bastardo,” ella le dice. “Una mierda, pendejo, imbécil. Macho imbécil. ¡Puto! ¡Parásito! ¡Hijo de la chingada! ¡Macho parásito puto hijo de la chingada bastardo!”
Estalla violenta.
“Todos... ¡Todos los hombres son iguales!”
“Calla.” Él musita con voz baja. Mirada ausente, sonrisa gastada. Alfombra de hotel barato.
“Nadie me calla, ¡todos ustedes son iguales! Nadie me calla.” Y un odio salvaje le arrebata, la mece en alturas jamás imaginadas.
“¡Con una mierda, cállate!” Voz entrecortada, jadeando sílabas. Explosión breve. Silencio.
Ella enmudece. No por lo imperioso de su voz, pues esa voz ya no es humana.
Llora.
Entre gotas de mercurio transparente ve cómo la luz de la luna baña con ecos de fotones el marrón, deformado cuerpo. Las tenazas saliendo de su boca. Los ojos facetados,
impasibles,
silenciosos,
sin vida
pero tampoco muertos.

Broma pesada de la muerte. Juego sadomasoquista con boleto de ida. Arrepentimiento tardío.
Pero no por mucho;
la vida se le escapó
como la llama de
un cerillo
que quema
las manos.
Poor little lady!” Musita un ebrio multinacional que se asoma en la ventana que da a la calle.
El placer tan corto, la muerte tan eterna.
Luna y sangre. Protones desintegrándose.
A lo lejos una sirena suena;
¡no llores, pequeña!
Tu dueño,
un policía,
ha sido
disecado.
La luna y el neón iluminan en rojo.
Un brazo yace fuera de su articulación. Barbie de maquila. La sangre moja las sábanas en un orgasmo extraño. Las rodillas dobladas, oración bizarra. Los ojos rodando debajo de la cama.
Se ilumina su lengua, diamantina lija, que saborea, se deleita.
Eructo socarrón.
Escupes un trozo de músculo, dura víscera cardiaca.
¡Pobre idiota! Nunca le hiciste cambiar de parecer.
No todos son iguales.
¡Ni saben igual!
0-RACIÓN DEL DÍA
Gracias, Madre Gaia,
por permitirnos vivir
en este maravilloso mundo
de enfermos que mueren
a cada instante,
nutriendo tu seno
para la siguiente siembra.
Precioso abono.
Gracias, ¡oh, dioses del cielo!,
por la lluvia de uranio 235
y cobalto 60 que fecunda
todos los días a nuestra madre
y da la nueva semilla,
que correrá libre,
algún día,
por la tierra.
01/01/1992

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